Los pigmentos de óxido de hierro, derivados del óxido de hierro (III) (Fe₂O₃), tienen una larga y colorida historia como componente vital en pinturas y otros medios artísticos. Conocido por sus tonos terrosos y robustos que van del amarillo al rojo intenso, el óxido de hierro se ha utilizado como pigmento durante milenios. Los humanos prehistóricos aprovecharon este compuesto de depósitos naturales de ocre, creando pinturas vibrantes para el arte rupestre y en cuevas.
Con el tiempo, los pigmentos de óxido de hierro evolucionaron y se utilizaron en vitrales europeos medievales y murales chinos. En la industria, el óxido de hierro se produce mediante procesos como la calcinación de compuestos precursores a altas temperaturas, lo que da como resultado un polvo que es duradero y resistente a la luz.
El óxido de hierro existe principalmente en dos formas: α-Fe₂O₃, la más estable y que se encuentra comúnmente en la naturaleza como hematita, y γ-Fe₂O₃, que se transforma en α-Fe₂O₃ a altas temperaturas. Ambas formas contribuyen a la versatilidad del pigmento, lo que permite una variedad de tonos y aplicaciones.
Además de su uso en pinturas y tintas, los pigmentos de óxido de hierro también se emplean en cerámica, caucho y como catalizadores y agentes de pulido. Su durabilidad y capacidad para producir un espectro de tonos terrosos los hacen muy valorados tanto en contextos artísticos como industriales. Por lo tanto, los pigmentos de óxido de hierro siguen desempeñando un papel crucial en una amplia gama de aplicaciones, lo que da testimonio de su importancia y versatilidad perdurables.